Píldoras para el insomnio.

Abro el bote de pastillas, lo volteo y pongo la mano bajo su boca.
No sale nada. Sorpresa.
Lo volteo de nuevo para ver qué pasa.
Las pastillas enormes y transparentosas llenas de aceite café se me quedan viendo, cada una estática desde su posición.
Recuerdo que el animismo me da coneptos intermitentes pero no me permite conocer su utilidad. Noto la gravedad del asunto: en eso consiste la pragmática.
La fonética entonces me persigue, le doy un suave golpe al bote y se despegan las pastillas. Me tomo dos. Estos dias han estado de locos, y pese a las voces que escucho, me relajo.
Quizá les da mucho el sol.
Coloco el bote en un compartimiento mas oscuro y «fresco».
Ahora qué.
No tengo energía para hacer nada, pero tengo mucha como para dormir
y es demasiado salvaje como para quedarse a contemplar el Universo.
Sé que esta mal, o al menos a eso huele, que deba forzarme en estas maneras. No por otra cosa sino que exceden mi capacidad y termino haciéndolo todo mal.
Es verdad, no conozco tampoco la utilidad de ese concepto, pero sé que siempre se acompaña de tristeza, decepción, enojo y frustración que afectan a terceros. 
Volteo a mi alrededor, quizá por inercia.
Hace falta algo sobre ese estante.
¿Qué es?
El frasco de las pastillas. Se ve mal: está incompleto.
Qué disparate sería dejarse llevar por principios estéticos, no?
No lo creo. De todos modos las pastillas caducan en marzo de 2012. Nada podría salir mal. Todo bien.

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