¿Puedo ser yo sin que me maten? No, no creo. Pero y si me matan qué. Siempre pienso en el dolor de la gente cercana porque me educó puto Disney. Pero no. Incluso el dolor se agrava cuando vives muerto para evitar morir. O no sé, pregúntenle a la novia de Snowden. Estoy paranoica. Pero ya me di cuenta que sin razón, porque los grillos frotan sus patas. Cuesta trabajo aceptar que una de las personas que más amo les eche insecticida. Tengo problemas con distinguir la ética de la moral. Tengo problemas éticos y/o morales. Escribo aquí y lo veo como un retroceso. Es que todo está dicho y todo está hecho un desastre.
Una promesa inconclusa que no se entiende. Se difumina entre la madera de los pinos del bosque en que te escondes para besarte contigo mismo. Aventé al ser que más amo, al conejo, a la cama porque sabía que no se iba a lastimar, sino al contrario, podría beneficiarse de esa acción aunque él no lo supiera quizá muera con el rencor de mi presunto desprecio. Qué más da ochocientas noventa millones cuatrocientas sesenta mil cientos de noches o vidas o almas discutiendo por semejante acción inofensiva. El pendiente cuelga de una mina a punto de colapsar. Tengo hambre, comida quiero. ¿Cómo qué quieres comer? Comida. NO DIGAS MAMADAS NI PONGAS MÚSICA he said. NEL I said. -CHURCH BELL SOUND- -PUNK RIFF- -FUCK YOU ZORRA- Lecumberri y sus reos rebeldes. ¿Se acuerdan?, ¿A alguien le importa? A mí me importa. Y qué pasó con el campesino al que querían extorsionar no dio dinero ¿era un actor? No será que el actor es él mismo cuanto menos es él mismo NO DIGAS M ...
Estábamos totalmente locos. Una desquiciadez suprahumana que se exacerbaba con las señalizaciones en rojo que nos hacían en el exterior y en el interior de nosotros mismos seres igualmente detestables. Nuestra presencia incomodaba al viento, se erosionaba con cada inhalación, cada fumada, cada suspiro, cada exhalación. La violencia emanaba de nuestros poros maquillados con una fina mezcla de lucidez e inteligencia. Ese disfraz que no lograba esconder –aunque lo pretendiera- el hedor de la impostura y de la falacia. Caían los más inocentes, cautivados por nuestra pose, como por selección natural, a nuestros pies. Pasábamos de largo o los ayudábamos a levantarse según las condiciones meteorológicas. El odio era irreversible, la verdad inmutable y el amor lo inventábamos cada que se nos daba la gana, sólo para provocar más sufrimiento. Otras veces, las más contadas, lo hacíamos para coger gratis hasta el hartazgo. Algo en exceso sofisticado, claro, porque había apps para evita...