óleos obre el lienzo.

Las palabras me tiemblan en las cuerdas vocales. Por el miedo, en parte, es verdad. Usted, con seguridad pensará que le estoy tomando el pelo, que le doy mal la ruta hacia la dirección por la que preguntaba hace un momento, y que el camino que le señalo -con mi cara de payaso- no es más que una calle cerrada, lo que lógicamente aprobaría fehaciente que no lleva a ninguna parte. Le digo que eso no es cierto, pero, en efecto, no tengo evidencias.

Aunque francamente, la razón primordial de este comportamiento simiesco puede bien cubrir el perfil de estrategia. Se la voy a barajear más despacio. Cada una de las letras que hoy he puesto sobre la mesa es muy, muy, valiosa para mí -le diría sagrada sino fuera por su ínfima capacidad de abstracción y analogía- y me genera un ruido tremendo el que usted las use de la misma manera en que usa sus idílicos vasos de PET y las deposite vacías en el bote de la basura, sin importarle un carajo siquiera a dónde van a ir a parar.
Sin embargo, esta esclavitud no discrimina y hasta nos muestra las paradojas.

Y engullirse la vida tratando de hallar las fronteras de los mundos. Primero, pedir un americano; hablar, hablar y desahogarse -quejarse porque el café está frío después.
Es tan desagradablemente oportuno el rítmico sonido del cláxon del taxista que vino por mi vecino impuntual, que me niego a creer que se trate de una mera casualidad; es más, creo con devoción que las supersticiones son una cosa bárbara.

Ya sé, es preocupante desde su perspectiva, sobre todo el asunto de los vasos desechables, pero a mí me parece tranquilizante, incluso sonoramente esperanzador.

(Fighting Forms/ Franz Marc)

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