Allá en el rancho grande

Caminando por la locura
sobre la avenida del delirio.
-¿Cómo va su café?, me pregunta una señorita, bajita y con delantal.
-Con dos de azúcar, por favor, le contesto porque a mí sí me enseñaron la educación.
-Ahorita se lo preparo, vuelve a decir ella.
Yo le digo que está mal que tenga clientes imaginarios
no debe hablar con personas que no existen.

Vuelvo a caminar. Voy a cruzar la calle del apego.
Me caga estar pase que pase por aquí. Le pregunto al señor de los vidrios si ya lo mareé
de tanto estar dando vueltas por el barrio. Me dice que no. Sonríe. Yo hago una mueca podrida que simula alegría. Funciona y puedo seguir caminando.

Llego a casa y tengo hambre. Me alegra recordar que guardé los cachos de mi alma que no digirieron las ratas en la alacena.


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